Un mal día.

El día no podía ser peor. Todo el mundo parecía pasárselo bien, algo normal en la feria, pero para él solo era trabajo. Ni siquiera la chica que había ganado el botijo le había dirigido una segunda mirada. Ella no lo había notado, pero sus manos se habían rozado cuando le entregó el premio y era lo único bueno que le había pasado en todo el día.

Suspiró mientras examinaba el extintor de la casa encantada. Como siempre, él tenía que ir de atracción en atracción revisando que todo estuviese en orden, nadie quería pagar las multas. Lo dejó en su sitio tras comprobar que todo estaba correcto y se internó en la casa. Con todas las luces encendidas perdía parte de su encanto, pero le permitía ver todos los entresijos que escondía.

El ruido de las bisagras le sobresaltó. Alguien había entrado. La puerta se cerró de golpe. Las luces se apagaron. Agarró el extintor. Se oyeron disparos. Corrió a esconderse en una de las trampillas, cerrándola por dentro. Sí podía ir a peor.